EL REGRESO DE JUANI

Juani sintió que los pies se le entumecían. Al mismo tiempo un temblor recorrió toda su espalda. 
- El diablo me pasó por detrás- pensó, recordando lo que su madre le decía cuando eso le pasaba.  
Miró a las demás personas que estaban sentadas cerca de ella. Todos hablaban en inglés. Escandalosos unos, murmulleantes otros, pero todos hablando en el idioma que escuchó durante los últimos diecinueve años de su vida.
Se ajustó los lentes con la mano derecha, mientras con la izquierda intentaba aproximarse a los ojos el cartón de embarque.  
- Asiento  14 C, pasillo, voy a poder estirar las piernas. 
Quizá hasta podría, si la suerte la ayudaba, ocupar los otros dos asientos, y dormir todo el viaje.  
- Dios quiera – dijo bajito y trató de esbozar una sonrisa. No pudo. 
Su mirada recorría una y otra vez todo el espacio que la rodeaba. Las luces, los anuncios, las pantallas, los uniformes, el ir y venir de cientos de personas arrastrando valijas con rueditas.
Jugó con el cartón de embarque una y otra vez. Lo golpeó contra los nudillos, lo tomó por las esquinas, lo hizo girar, lo volvió a leer. 
- Asiento 14 C. 
La boca se le volvió a secar. Pero el estómago ya no podía con tanta agua.
Una vez más abrió su bolso de viaje. Pasaporte, pasaje, formularios de migración, todo estaba ahí. Nada había cambiado en los últimos doce minutos. 
Casi dos horas la separaban del embarque. Dos largas horas, dos crudas, insoportables, interminables horas. Dos horas en las que, ¿por qué no?, podría “dársele la loca” y salir corriendo en sentido contrario al que había recorrido para llegar hasta allí. Salir del aeropuerto, tomar un taxi y regresarse a casa de los Stevenson.  
Seguro que ellos estarían aún en la puerta, mirando hacia el mismo lado por donde se alejó el taxi que la trajo al aeropuerto, con la esperanza de que regrese.  
Seguro que las dos niñas, Tina y Karla, estarían aún llorando y preguntando cuándo regresa Juani.  
Seguro que la Señora Stevenson se asomaría a la mitad de la calle para ver si, efectivamente, Juani regresaba.  
Seguro que si regresaba todos habrían de dar gritos de alegría y la pesadilla del adiós desaparecería para siempre.
Seguro. Con solo tomar la pequeña valija de mano, el bolso de viaje, e irse hacia la puerta, todo terminaba.  
Pero ¿y las valijas despachadas?. ¿Se perderían?, ¿acaso las destruirían cuando advirtieran que ella no embarcaba?.
No, seguro que si se aproximaba al mostrador de la puerta de embarque, la entenderían, darían la orden y una cincuentena de funcionarios del aeropuerto se abocarían a rescatar sus valijas.  
Seguro que sí. ¿Quién podría negarse a ello?. ¿Quién, al saber que ella volvería a casa de los Stevenson se negaría a ayudarla?.  Sería genial, un poco de coraje y ya. Volver con los Stevenson y desde la casa “llamar a papá y mamá y decirles que no vuelvo”.  
Juani se congeló. 
¿Decirles que el amor de los Stevenson, o mejor dicho, de las hijas de los Stevenson pudo más que el de ellos?. ¿Decirle a su madre que ya no la vería, y que si algún día volvía sería de vacaciones, con las dos hijas de los Stevenson?.
-¿Pero en qué estoy pensando?, ¿Qué locura es esta?.  
La ilusión de los últimos cinco años, el ahorro de los últimos cuatro, y el llanto de Tina y Karla durante toda la última semana desperdiciados de puro tonta? 
- Sentimientos encontrados - pensó, y volvió a consultar el cartón de embarque. 
- Asiento 14 C - aún seguía siendo el mismo. Podría estirar las piernas y si los dos asientos de junto quedaban vacíos hasta podría dormir.  
Una confusa voz se escuchó de pronto. No entendió qué fue lo que dijo. Solo estaba segura de que había nombrado la puerta 33. La suya. Sin embargo nadie de los que estaban cerca se inmutó. No sería importante.
¿Y si lo era?. ¿Y si estaban diciendo que el vuelo se demoraba? ¿Y si acaso se había suspendido? ¿Y si el vuelo ya se había ido? ¿Y si la habían dejado? ¿Y si era la única pasajera y la estaban buscando? 
Se aproximó al mostrador; una empleada de la aerolínea la miró con cara más que amable pero con gesto de pena. 
- Juani, no te vayas, lo pensaste bien? – dijo la empleada en el más puro “uruguayo”. 
- Te parece? – preguntó Juani tras lo cual se mordió el labio inferior y se chupó los dientes. 
- Claro que sí, quedate muchacha!!! ¿Qué vas a ir a hacer a Uruguay? ¿Cómo vas a dejar a los Stevenson? ¿Estas loca?  
Un gruñido con timbre femenino la despertó. La empleada ya no tenía la mirada amable, ya no sonreía y, como por arte de magia, ya no hablaba “uruguayo”.
Juani se sobresaltó, dio un paso atrás y lloró y rió al mismo tiempo. Giró y se regresó al asiento. Desde allí pudo ver cómo la empleada de la aerolínea le hablaba a otra mientras ambas la miraban. 
- Qué papelón – pensó y volvió a abrir el bolso de viaje.  
Tomó nuevamente el pasaporte, que estaba también junto al pasaje y los formularios de migración.
Lo abrió y miró la foto. Era ella, 8 años atrás, cuando lo renovó en la embajada.  
Cuando pensaba viajar a Uruguay a ver a sus todavía no tan viejitos padres. Viaje que descartó cuando nació Tina y los Stevenson la contrataron como “Nanny”. 
Miró una y otra vez su foto. Observó un rostro mas fresco que el que vió en el espejo del cuarto de servicio, en la casa de los Stevenson, cuando se anudó el pañuelo al cuello, justo antes de salir. 
Vió que aún no aparecían esas arruguitas que ahora la acompañaban y a las que ya se había acostumbrado.
Vió que en su naríz no estaba la marca que le dejan los lentes que ahora usaba. Y que aún no teñía el pelo.  
Se rió, pero fue una risa triste. Como de disimulo. Como de “cómo han pasado los años”. 
De pronto se le alumbraron los ojos, pero con luz de sorpresa.
¿Cómo estarían ahora sus padres?. No podrían estar igual que en las fotos que miraba todas las mañanas sobre la cómoda de su habitación de cuatro por tres y que no había cambiado en los últimos 10 años.  
Menos aún podrían estar como en la foto en la que estaba junto a ellos en la cena de Navidad de hace diecinueve años.  
Claro que los había visto por Internet. Claro que había recibido nuevas fotos. Claro que le habían dicho que estaban envejeciendo. Pero Juani seguía viendo, en su cabeza, a los mismos cincuentones que la despidieron en Carrasco, hacía ya diecinueve años. 
-¿Y como van a estar dentro de diez años mas?, ¿Estarán?
- ¿Y como me sentiré cuando no estén?
- ¿Y como lloraré cuando no estén?
- ¿Y cómo regresaré cuando no estén? 
Nuevamente una voz se escuchó por los altavoces. Esta vez la gente se empezó a poner de pie. Comenzaban a embarcar.
Juani tomó su valija y su bolso de viaje.
Se puso en la fila.
Miró el cartón de embarque 
- Asiento 14 C, voy a poder estirar las piernas. 
Una sonrisa leve, simple, quieta, pero sonrisa, se dibujó en su rostro.
 - Ya voy, mis viejitos.   

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